Manolete, cuando estaba en Madrid, se hospedaba en el hotel Victoria en la habitación 230. En una ocasión, dos señoritas inglesas se alojaban también allí, cuando el torero iba a actuar en Las Ventas. Por la mañana de la corrida quisieron ver torear de salón a
Manolete, pues no pensaban asistir a la plaza por tratarse de un espectáculo cruel. Así se lo dijeron al mozo de estoques,
Chimo, quien se lo transmitió al matador.
Manolete, con sentido del humor, respondió afirmativamente pidiendo veinte duros por pase. Minutos después, Manuel Rodríguez, en la habitación 230, toreó para las caprichosas turistas británicas, realizando una faena de muleta completa, desde los iniciales ayudados por alto estatutarios hasta las consabidas manoletinas finales.
Chimo, que había estado llevando atentamente la contabilidad del trasteo al aire, resumió que el muleteo se había compuesto de sesenta pases. Seguidamente recibió
Manolete seis mil pesetas, cantidad que una hora después entregó a su apoderado, Camará, diciéndole:
- Pepe, este dinero es de una corrida que he toreado por mi cuenta aquí y cuyo importe deseo lo mande a una sociedad benéfica.